miércoles, 9 de febrero de 2022

miércoles, 9 de febrero de 2022

El Rey León

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Si digo que lo vivido en intensivo del Curso de Desarrollo Personal I me ha recordado una película de Disney, creo que muchos pensarán que se parecen como un huevo a una castaña. En el mejor de los casos y siendo muy positivos, igual se les ocurre que habré conectado con mi niña interior, sobre todo con la parte más creativa y de imaginación desbordante.

Sin embargo, la presentación de Simba a la comunidad de la selva al comienzo de El Rey León, con la música de fondo de la canción “El ciclo de la vida”, en medio de la alegría general y el reconocimiento de todas las especies animales, me lleva a pensar en la celebración que salta en los corazones de todos los presentes cuando se manifiesta, de alguna manera, el ser que somos.

Cuando se avanza en el propio conocimiento vuelven a aparecer en primer plano las heridas del pasado, algunas que se remontan a nuestra primera infancia, que son la causa de reacciones y comportamientos del presente que nos hacen sufrir. Cuando de niños hemos sentido que teníamos que “ganarnos” la aprobación comportándonos de cierta forma, que el cariño o la atención recibida no eran suficientes o estaban condicionados, se desarrollan cierto tipo de emociones, de pensamientos irracionales y de estrategias frente a la vida, que se pueden prolongar en el tiempo si no nos hacemos conscientes de ellas y decidimos actuar al respecto.

Es muy hermoso ser testigo de la transformación de una oruga en mariposa, aunque romper la crisálida exija un gran esfuerzo, que no se puede aliviar desde fuera porque es necesario y forma parte del proceso. Lo mismo sucede cuando una persona se permite rasgar sus envoltorios protectores, resentir el dolor que le hizo replegarse en sí misma, comprender su procedencia, sacar fuera las emociones que le están ahogando, acogerse a sí misma con cariño, aceptar con serenidad lo que sucede y hacerse cargo de sí, sintiéndose libre para cambiar lo que considere oportuno. Aunque, como en el caso de la crisálida, se trate de un proceso costoso y que debe realizar uno mismo, la mera presencia comprensiva del grupo ya supone un impulso poderoso.

Igual que las cebras, los elefantes, las gacelas o las aves reconocen en el bebé Simba al rey león que algún día será, produce una gran satisfacción vislumbrar al luminoso ser que se esconde tras una fachada de timidez, tristeza, fingida alegría o desconfianza. Una persona con un alma invencible, llena de sensibilidad y empatía, capaz de grandes logros y hermosos actos de amor.

El pequeño Simba no era consciente de quién era, como tampoco lo fue el Simba adolescente, perdido en sus inseguridades, cegado por el sentimiento de culpa y abrumado por las expectativas que los demás depositaron en él. Pero tuvo la fortuna de encontrar a alguien que le supo “ver” con ternura y, al verse reflejado en las pupilas de Nala, atisbó su verdadero ser y sintió que era digno de respeto y amor. Solo entonces se reconoció a sí mismo, confió en su potencial y fue capaz de encontrar su lugar en el mundo. Y luego, ya desde dentro, surgió el impulso de desarrollarse poniendo sus cualidades al servicio de sus semejantes, no por la necesidad y desde el miedo, sino desde la superabundancia de su corazón.

Me siento agradecida por haber podido desprender de mi alma una nueva capa de opacidad y descubrir que debajo había luz. Mas para que esa alquimia ancestral pudiera tener lugar hace falta un útero protector, propiciado por los coordinadores y por los compañeros, que haga posible que aflore lo mejor que hay en cada uno de nosotros. Así que estoy deseando que comiencen las ocho sesiones de seguimiento, porque estoy segura de que la labor que realicemos en ese grupo, apoyándonos unos a otros, tendrá una importante repercusión en nuestro entorno.