miércoles, 20 de octubre de 2021

miércoles, 20 de octubre de 2021

Soy humana ¿y qué?

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Últimamente me he enganchado a “Inocentes”, una serie de televisión turca basada en el libro escrito por una psiquiatra, en el que traslada a sus personajes su experiencia clínica. Cuenta la historia de unos modernos “Romeo” y “Julieta”, llamados Han e Inci, que pertenecen a unas familias disfuncionales (especialmente los Derenoglu) y, para más “inri”, son vecinos. Aunque las situaciones se llevan al extremo, creo que la trama es tan adictiva precisamente porque, a menor escala, todos podemos identificarnos con cualquiera de ellos, aunque no padezcamos de ningún trastorno de personalidad diagnosticado.

La madre de Han fue una mujer frustrada porque su marido, apenado por la pérdida de su anterior esposa e hijo, nunca la quiso. Y transmitió su amargura a los cuatro hijos, atormentándolos e impidiéndoles cualquier atisbo de gozo o de libertad. ¿Pero tú nunca has volcado tu frustración en los demás, especialmente en los más indefensos, aunque no tengan responsabilidad alguna?

La hermana mayor, Safiye, que se siente culpable de la muerte de su madre, ha ocupado el hueco dejado por ella, pasando de ser el sostén de sus hermanos a la represora implacable, consigo misma y con los que la rodean. ¡Cuántas veces la fidelidad a las dinámicas familiares nos hace daño y potencia los comportamientos más crueles!

Gulben, la segunda en edad, se ha convertido en un satélite de Safiye, sin voluntad propia, ni siquiera para controlar sus propios esfínteres. ¿Y nosotros no hemos hecho nunca dejación de nuestras responsabilidades hacia nosotros mismos, delegando en terceras personas la dirección de nuestras vidas?

Han ha vivido alejado de los suyos desde muy corta edad y con la responsabilidad de ser “el hombre de la casa”, el que había de dirigir la empresa y el hogar, para lo cual debe renunciar a tener vida personal y amorosa. Al exterior da la imagen de un exitoso empresario, pero por dentro está lleno de rabia y culpa. ¿Y tú nunca has sentido que tienes que responder a las expectativas familiares y anteponer el bienestar de los otros al tuyo?

Y, por último, la pequeña Neriman, que alterna el ambiente asfixiante de la casa con el de un colegio en el que sus compañeros de estudios la desprecian y ningunean por ser “rarita”. Se avergüenza de sí misma y de su familia, sintiéndose impotente para cambiar nada y volcando su frustración en la autoagresión. ¿Y tú no has somatizado de alguna forma tu ansiedad? ¿O nunca te has dejado pisar porque tienes que ser “bueno” y complacer a todo el mundo?

Si pensamos que no tenemos nada en común con las personas que padecen algún trastorno psicológico nos estamos engañando. Lo humano es tener sentimientos (algunos de ellos dañinos) y que a veces nos veamos desbordados por ellos. La diferencia se marca por la forma de abordar esas situaciones, pues existen maneras más sanas que otras de enfrentarse a los miedos, las inseguridades y el dolor que todos sentimos en algún momento. Creo que una de las claves del éxito es conocerse y saber cuidar de uno mismo. Otra sería buscar el apoyo de personas que nos nutran en lugar de asfixiarnos. Y, por último, aprender a convertirnos en nuestra mejor versión y ayudar a otros a seguir su propio camino hacia la felicidad. ¿Tú qué crees?