miércoles, 8 de septiembre de 2021

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Lo fácil no vende

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

En la Biblia se cuenta la historia de Naamán, un general arameo que contrajo la lepra. Siguiendo el consejo de una criada israelita, acudió a Joram, rey de Israel, cargado de regalos y con una recomendación de su propio monarca, para que le sanara el profeta Eliseo. Joram se asustó, pensando que esa petición tan por encima de su capacidad era una disculpa para declararle la guerra, pero Eliseo le recriminó por su falta de fe y le dijo que ya se ocupaba él del asunto. Simplemente, envió a un criado a decir a Naamán que se bañara siete veces en el Jordán y quedaría curado. El general se ofendió muchísimo de que Eliseo no se dignara atenderle personalmente y de que, en lugar de imponerle las manos y recitar plegarias con los ojos en blanco, se limitara a “recetarle” zambullirse en el Jordán, ¡como si no hubiera ríos en su tierra! Pero uno de sus siervos le hizo ver que hubiera hecho algo mucho más complicado sin vacilar si Eliseo se lo hubiera pedido y que, ya que estaban, nada les impedía realizar algo tan simple. Lo hizo y se curó.

A veces me pasa como a Naamán, que creo que sólo van a funcionar los remedios difíciles y costosos, mientras que desprecio lo que está al alcance de mi mano y no requiere tanta parafernalia. Por ejemplo, pensar que una dieta a base de “superalimentos” inaccesibles, que sólo puedo realizar bajo la dirección de un gurú foodie, “tiene que” ser más efectiva que moderar el consumo de los productos procesados, los dulces, el exceso de grasas, el alcohol y las bebidas azucaradas en mi día a día. O que un retiro en la India o el Nepal, vestida con ropajes exóticos y comiendo lentejas al curry, va “necesariamente” a elevarme espiritualmente más que diez minutos diarios de meditación en mi propia casa.

Parece que el dinero y el esfuerzo extraordinario poseen propiedades milagrosas. Así, un curso carísimo con el autor de algún best-seller de autoayuda me “debe” conducir a la felicidad y el equilibrio mejor que un taller gratuito, pero bien aprovechado. O que una lectura reflexiva. O que procurar el apoyo que necesito en personas, profesionales o grupos más cercanos.

No tiene lógica que, puesto que no puedo permitirme unas clases de pilates aéreo gyrotonic o de vinyasa flow yoga, tampoco dé un paseo de media hora para movilizar mis músculos. O no encuentre el momento para descansar mis ojos entre las palmas de mis manos, por más que me aseguren que la constancia en ese remedio tan “casero” va a suponer una gran mejoría para mi vista, con la disculpa de que no dispongo de dos horas para hacer ejercicios extravagantes.

De la misma manera, cuando me veo superada por una situación, sé que podría ayudarme de la escritura o de la meditación para descubrir cómo me siento, por qué y cómo podría remediarlo, pero prefiero sentarme frente al televisor para posponer lo inevitable o quejarme de lo que estoy sufriendo, sin buscar soluciones accesibles a mis problemas. Pero, a lo mejor, al mismo tiempo que rechazo algo tan fácil, estoy buscando alguna terapia extraña para llegar al mismo sitio. Aunque no deja de ser un autoengaño porque, al final, por más que los demás hagan su magia, el “milagro” no se va a producir si yo no me implico.

Pienso que esa actitud es una forma de justificarme por no hacer lo que debo, de retrasarlo porque no me apetece afrontarlo o de esparcir a mi alrededor una responsabilidad que es sólo mía, diciéndome que no puedo alcanzar mis objetivos porque no están a mi alcance, como las uvas de la zorra de la fábula, que “estaban verdes”. ¿No te pasará a ti algo parecido?.