jueves, 17 de junio de 2021

jueves, 17 de junio de 2021

La bendita educación

Ventanas al sol
Ana Cristina Pastrana

Durante años luchamos por darles a nuestros hijos lo mejor, evitando disgustos o aflicciones que les hagan infelices. Consideramos que es nuestra obligación. Influenciados por la educación recibida, así como por nuestras carencias y la fuerte competitividad percibida en la sociedad actual, decidimos sobre su educación, sin plantearnos si nuestras prioridades son las acertadas.

Consideramos que la formación es esencial y, sin contar con sus capacidades, gustos y voluntad, les matriculamos en todo tipo de actividades a fin de conseguir títulos y certificados que les abran más puertas el día de mañana en el ámbito profesional. A día de hoy, gozamos exhibiéndoles ante vecinos, amigos y familiares, como si los niños fueran pertenencias o logros, útiles para paliar nuestra baja autoestima. Les inducimos a la competitividad en lugar de potenciar la solidaridad, menospreciando el disfrute de aprender para crecer y creamos pequeños monstruos debido a nuestra actitud servil, evidenciando sus derechos y omitiendo sus deberes. No somos capaces de negarles nada para que no se frustren y se sientan diferentes porque tememos que les marginen. Creamos seres débiles y manipulables. Y es que no somos conscientes del daño que les infringimos debido a nuestros complejos, porque es esencial que sean conscientes de su diferencia y de la ajena, que se quieran por lo que son y que respeten por lo mismo a sus semejantes. Es imprescindible la calidad sobre la cantidad y que se apasionen con aquella actividad elegida por ellos como una oportunidad para crecer, luchando por lo que desean y asumiendo la responsabilidad que ello conlleva. Debemos enseñarles a no compararse con los demás para sentirse bien, a no juzgarles y a ser respetuosos con sus ideas y creencias, a ser flexibles y a saber escuchar para comprender al otro, a no considerarse en posesión de la verdad.

Es importante que asuman riesgos porque eso es la vida, que aprendan a caer y levantarse, a ganar y a perder, a dar sin pretender nada a cambio, sólo por la satisfacción de compartir. Y contra la frustración y la intolerancia es necesario educar en la resiliencia, concienciando al niño de que la vida no es justa, que hay que asumir las pérdidas y afrontar los problemas buscando la solución, porque nadie te debe la felicidad.

Hemos llegado a un punto donde el hacer es más importante que el ser. Y deberíamos invertir el orden porque la construcción del ser humano debe comenzar por el interior.