miércoles, 24 de marzo de 2021

miércoles, 24 de marzo de 2021

Escribir es terapéutico

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

En todos los cursos de crecimiento personal que he realizado, siempre me han animado a llevar un registro de mis aprendizajes, experiencias y sentimientos. Ciertamente resulta muy útil para fijar los conceptos, concretar objetivos y comprobar resultados, pero a mí me sirve especialmente para “sacar a la superficie” lo ignorado, observarlo con distancia y conocer mejor mis pensamientos y emociones, una vez que me he esforzado por describirlos con precisión.

Lo que más nos daña es lo actúa en la oscuridad: las creencias limitantes dejan de acosarnos cuando somos capaces de darles nombre y las heridas ocultas en el insconsciente cesan de supurar si las traemos al presente. Los traumas de la infancia, que todos tenemos en mayor o menor grado, nos paralizan porque nos enfrentamos a ellos con los medios de los que dispone un niño, pero ahora somos adultos y podemos contar con otros recursos para curarlos. Así que tal vez ha llegado el momento de exponerlos a la luz de la conciencia, confiando en nuestra capacidad para regenerarnos.

Por eso es tan importante darle voz a nuestro interior. Revivir con la máxima precisión posible lo que nos hizo daño y anotar hasta los más mínimos detalles: olores, sabores, sensaciones corporales, pensamientos, emociones… Ciertamente volveremos a sentir aquello que nos resultó doloroso, lo cual no es una experiencia agradable, pero dejemos que el bolígrafo siga corriendo sobre el papel y expresemos nuestra decepción, nuestro sufrimiento, nuestra tristeza o nuestra soledad hasta apurarlos. Porque el odio, la indiferencia forzada, el rechazo o el rencor son el pus maloliente que crece en las llagas enconadas y, sólo si permitimos que la podredumbre salga por completo, brotará la sangre limpia de la compasión (hacia nosotros mismos y hacia otros), el perdón y el amor.

La escritura es un cauce seguro para drenar la ira, el miedo, la envidia o la tristeza, sin causar dolor a los que nos rodean. Si los volcamos en un papel, tal vez podamos evitar las “explosiones” de carácter, tan injustas a veces con los más cercanos.

Los miedos se vencen cuando dejan de ser difusos: resulta imposible combatir contra juicios en los que nos minusvaloramos o magnificamos la opinión de los demás, si no los sacamos a la luz y nos damos cuenta de hasta qué punto son ilógicos y de que están boicoteando nuestro presente. Cuando leemos expresiones como “la vida puede conmigo”, “no soy capaz”, “no merezco amor si no soy como los demás esperan de mí”, “sólo me respetarán si tengo éxito”, “todo el mundo se me echará encima si creen que soy débil”, etc., etc., etc., nos daremos cuenta de la escasa consistencia de esos pensamientos. Si en lugar de tratarse de uno mismo fuera un extraño el que hubiera escrito eso ¿cómo le miraríamos?, ¿no sentiríamos acaso compasión por su terrible sufrimiento?, ¿no tendríamos algún sabio consejo que darle? A veces es bueno hacerse consciente de lo tremendamente duros que estamos siendo con nosotros.

Las preocupaciones que tanto nos agobian parecen menos si en lugar de rumiarlas una y otra vez, las anotamos y buscamos soluciones. Para tomar decisiones importante ayuda confeccionar una lista de pros y contras lo más completa posible, que abarque todas las posibilidades. Muchos de nuestros pensamientos son inútiles, fabulaciones sobre el pasado o el futuro, que nos quitan energía y muchas veces nos generan gran sufrimiento. Cuanto más abstractos más inasequibles, pero no es lo mismo afrontar los temas de uno en uno, y de forma concreta.

No hace falta que os fieis de mí, porque muchos otros seres humanos más sabios que yo han aconsejado escribir cartas a una persona que echamos en falta, a alguien que nos hizo mal o incluso a uno mismo, que no es preciso que se echen al correo. Muchos otros han redactado un diario o escriben en un cuaderno sus pensamientos y experiencias. Y algunos, como yo, los exponemos a la luz pública con la ilusión de que tal vez resuenen en otros y les sirvan para reflexionar. En cualquier caso, con independencia de su valor literario, nuestros escritos poseen cualidades curativas, porque nos ayudan a aclarar la mente y aligerar el corazón.