miércoles, 10 de marzo de 2021

miércoles, 10 de marzo de 2021

Alquimia

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Dicen que los antiguos alquimistas eran capaces de convertir cualquier metal en oro; de la misma forma parece que algunas personas pueden transmutar cualquier circunstancia de la vida, por penosa que se nos figure, en una oportunidad para aprender y ser más felices.

Y yo me pregunto: ¿Por qué una misma situación a unos nos hunde en la miseria y para otros constituye un jalón ascendente en su trayectoria personal? 

No se me ocurre nada peor para unos padres que la muerte de un hijo.  Sin embargo, para mi amiga Raquel la muerte de su bebé supuso, tras un descenso a los infiernos, el comienzo de un cambio radical, de un encuentro profundo consigo misma. Hasta que llegó la crisis pensaba que estaba “bien” y no podía quejarse de lo que tenía, pero cuando tocó fondo se dio cuenta de que se estaba conformando con una existencia en blanco y negro, cuando podía pintarla cada día de colores. Y ahora una amplia sonrisa ilumina su cara y le baila en los ojos, o se permite dejar correr las lágrimas, viviendo con intensidad cada momento. Y ha encontrado su vocación, que es orientar a otras personas que se encuentran en alguna encrucijada personal.

Supongo que se trata de la forma en que nos planteamos lo que nos sucede. Uno puede estar desesperado porque quería ir al cine y un constipado le ha postrado en cama. Pero no hay  que olvidar la parte buena del cuento: que mañana (o pasado) nos habremos curado el resfrío y el cine seguirá estando allí. O podemos ver la película por televisión o internet. Siempre tenemos la opción de elegir entre agradecer lo que tenemos, que es mucho, o quejarnos de lo que nos falta. La gratitud ensancha el alma y la lástima nos aboca a la mezquindad. Así que para ser felices, lo primero es dimensionar los hechos, para no montar un drama por cualquier bobadina.

A veces sí nos encontramos con dificultades serias, que no se pueden obviar. Pero los obstáculos nos animan a ser creativos y buscar soluciones inusitadas a nuestros problemas. Tal vez sea ese suceso que nos conmociona el que nos obliga a hacernos planteamientos más profundos y a no conformarnos con ir por lo trillado. Una muerte, una enfermedad, un revés económico o profesional tal vez nos reconduzcan hacia lo que es más importante para nosotros, quizás olvidado o postergado para mejor ocasión.

El otro día hice el ejercicio de imaginar mi propio funeral y recrear lo que los presentes dirían de mí. Con la perspectiva de la propia finitud y contemplando cómo nos gustaría ser recordados, qué logros serían dignos de mención, cuáles serían nuestras fortalezas y cuáles nuestros carencias, se hace patente cómo hemos vivido nuestra vida hasta ese momento y qué nos queda aún por realizar. Tal vez ha llegado la hora de cambiar el rumbo y buscar activamente aquello que deseamos, en lugar de quedarnos estancados en la zona de confort (que no es tan “confortable” habitualmente).

Deseo para mí misma convertirme en una alquimista capaz de “transmutar” cualquier circunstancia ordinaria en un tesoro, incluidas las experiencias dolorosas, porque lo son. Estar vivo ya es un milagro. Sentir cómo el aire nos inunda los pulmones de energía; disfrutar el calor del sol haciéndonos cosquillas en la piel; relajarse bajo una ducha de agua tibia; jugar con los deditos de las manos o movilizar los doce músculos necesarios para esbozar una sonrisa. Ante estos y otros infinitos regalos cotidianos, ¿qué podríamos pedir a Dios que valga más que el propio hecho de ser? El lado “bueno” de las cosas es tan real como el “malo” y sólo depende de la actitud del que mira. En nuestra mano está hacernos conscientes de los infinitos instantes de plenitud cuando están pasando, porque son el verdadero “oro” que vale la pena atesorar, aunque se trate de cosas “pequeñas”. Y muchas moneditas conforman una fortuna inmensa.