miércoles, 10 de febrero de 2021

miércoles, 10 de febrero de 2021

Mudar de piel

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

No es que se me pueda considerar experta en culebras, reptiles y alimañas en general, porque no es probable que vaya en su busca y, si me los encuentro, poco tiempo estarán al alcance de mi vista, al menos si yo corro más que ellos… Pero afortunadamente existen los documentales y es en la pantalla de la televisión donde he sido testigo de la muda de una serpiente, que me ha recordado el proceso de crecimiento interior de los seres humanos.

La muda es la dura capa protectora de células más externas de la epidermis que cubre todo el animal, incluidos los ojos. También nosotros desarrollamos una “costra” protectora para amortiguar los efectos del sufrimiento y las decepciones, porque vivir siempre “en carne viva” sería insoportablemente doloroso. Por mera supervivencia, en muchas ocasiones hemos de posponer el proceso de integración de experiencias impactantes hasta que estemos preparados, en un ambiente seguro y quizás con ayuda de otras personas.

Pero de la misma manera que los reptiles cambian de muda porque la anterior les resulta insuficiente, a veces comenzamos a notar que “no cabemos” dentro la rígida corteza que nos recubre, cuando en una circunstancia concreta hace aflorar a la superficie algo que habíamos enviado al subconsciente, un anhelo indefinido o un sentimiento de insatisfacción. Y empezamos a sentirnos constreñidos dentro de una cáscara asfixiante.

Es normal que los animales se muestren inactivos una o dos semanas antes del cambio de muda, más ariscos de lo normal, dejen de comer e incluso estén privados de visión un tiempo. A los seres humanos nos sucede algo parecido y tenemos que ser pacientes y compasivos con nosotros mismos, porque los procesos de crecimiento suelen ser costosos y no se resuelven tan rápidamente como desearíamos. No tiene nada de extraño sentir miedo y es casi inevitable que surjan resistencias a abandonar una visión del yo y de la realidad a la que estamos acostumbrados. Por eso solemos esperar hasta que nos encontramos tan a disgusto, que no nos importa arriesgarnos a salir de lo conocido con tal de liberarnos de la cápsula opresora.

Durante el proceso de recambio, la nueva capa de piel del reptil se va formando debajo de la vieja y, cuando está lista, la serpiente se desprende de la muda anterior. Igualmente, sólo podremos prescindir de nuestra antigua armadura cuando hayamos integrado por completo esos aprendizajes y nos sintamos interiormente preparados.

Pero cuando llega el momento la muda se desprende en pocos minutos y de una sola pieza, y el animal recupera inmediatamente el apetito y los colores naturales. Uno mismo también se suele encontrar con la sorpresa de que el cambio resulta más fácil de lo que pensaba. Y la sensación posterior, de ser más fuerte y más libre, habiendo ampliado la zona de confort, le compensa de todo lo que pudiera haber padecido por el camino.

Siempre tendremos que presentarnos “vestidos” hacia el exterior, porque no se puede vivir con una sensibilidad permanentemente expuesta a los elementos. Pero igual que la muda es mucho más larga que la talla real del animal, la túnica que vela nuestro ser ha de ser “crecedera”, con dobladillos y costuras que se puedan sacar cuando sea necesario. Y de un tejido suave, que deje pasar el aire limpio, el calor del sol y las caricias de la vida. Y si se nos vuelve a quedar raquítica, cada vez nos resultará más sencillo renovarla por otra mayor, que no limite nuestros horizontes de expansión.