Querida madre:
Sé que me estarás pensando y sufriendo por haberme dejado sólo, pero tu amor tiene el poder de no abandonarme nunca. Mi corazón te escribe a diario, recordando tus besos y tus riñas, tu manía de tratarme como a un niño, de la que siempre me quejo, pero que, en el fondo, me encanta.
Gracias por estar ahí en los momentos difíciles, por ser tan comprensiva con mis debilidades, tan generosa con mi egoísmo, por no quererme dirigir y darme libertad para equivocarme. Gracias por quererme tal y como soy.
Perdóname por no haber sido más sincero, por ser tan cómodo y despistado, por tantas veces que he primado mi placer sobre tu bienestar.
Te pido que no me llores, madre, que me recuerdes en cada mirada de un niño, en cada gesto de un hombre y que sepas que todo el amor que un día pusiste en mí para aprender a vivir es el que hoy me está ayudando a saber morir.