miércoles, 23 de septiembre de 2020

miércoles, 23 de septiembre de 2020

La travesía

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Cuando visité en el muelle de las Carabelas de La Rábida la reproducción de una de las naves con las que Colón realizó su primer viaje a América, sentí un profundo asombro de que en esas condiciones y con esos medios técnicos se hubiera podido realizar semejante hazaña. Lo comparo con esas situaciones adversas a las que nos enfrentamos todos en algún momento, que entonces nos parecían imposibles de superar, pero que con la perspectiva del tiempo observamos que no sólo no nos destruyeron, sino que nos fortalecieron e hicieron más sabios.

La principal proeza de Colón no fue realizar la travesía, sino plantearse hacerlo, superando sus propios miedos, las resistencias de aquellos que no creían en su proyecto y la falta de interés de los que deberían ayudarle. Para eso le hizo falta mucha confianza en sí mismo y en su plan, como a nosotros cuando nos embarcamos en un proyecto ambicioso.

También tuvo que contar con los colaboradores necesarios (los patrocinadores, los expertos, los compañeros de viaje) y no cansarse de motivarlos, hasta que compartieron su ideal y lo hicieron suyo hasta el punto de arriesgar su dinero, su prestigio o su propia vida. Cada persona tiene sus razones para actuar: la codicia, el afán de aventura, la curiosidad, el deseo de “salvar” a otras personas, la necesidad, la búsqueda de reconocimiento… y hay que saber tocar las teclas que hacen vibrar el alma y nos mueven a la acción.

Pero el éxito del viaje no sólo reside en ponerse en camino (que ya es mucho), sino en perseverar hasta alcanzar el objetivo. Porque no es fácil vivir más de dos meses amontonado con otros en un cascarón, sin protección contra el frío o el calor, en condiciones higiénicas deplorables, comiendo galleta agusanada y bebiendo agua corrompida. Y, sobre todo, con miedo a sucumbir en alguno de los infinitos peligros del viaje. ¡Y todavía quedaba el regreso!.

Cada noche Colón consultaba el astrolabio para saber dónde estaba el barco y corregir los desvíos en el rumbo, y lo anotaba en el cuaderno de navegación para poder consultarlo en el futuro y dejar un registro válido para otros navegantes. Y cada mañana se enfrentaba a la soledad, el desánimo y la incertidumbre, suyas y de su tripulación.

No todo lo que vale cuesta. Se nos entregan cada día gratuitamente el aire para respirar y al sol que nos ilumina, junto a tantos pequeños placeres cotidianos, que muchas veces no valoramos. Pero también es cierto que la aventura de alcanzar la plenitud como ser humano exige un esfuerzo de conciencia, de aceptación y de superación. Como Colón, no tenemos por qué reducir nuestro mundo a lo conocido y nada impide que realicemos obras importantes en beneficio propio o de los demás, pero algo nos va a costar. Desconocemos nuestros límites, que siempre están bastante más allá de lo que creemos y fuera de nuestra zona de confort.

Ojalá no nos olvidemos nunca de soñar, porque siempre hay un “plus ultra”. Y necesitamos algún ilusionante objetivo en el horizonte para poder vivir con alegría los inconvenientes que encontramos en la cubierta de nuestro barco cada día, a cada hora, en cada segundo. Pero, sin perder de vista la meta, disfrutemos de la travesía, porque siempre podemos encontrar un motivo de gozo que alivie el dolor y las dificultades cotidianas.