
Siempre es recomendable una visita a La Boyariza, en Geras de Gordón, pues se trata de una ruta de senderismo a poca distancia de León capital, sin grandes dificultades, que permite recorrer distintos paisajes en poco tiempo y de forma agradable. Pero cada encuentro con la naturaleza siempre es diferente y el que tuve hace pocos días me invitó a reflexionar, asociando las distintas etapas del camino con las edades del ser humano.
El sendero comienza siendo accesible y llano, siguiendo el curso del arroyo de Meleros, protegido por las sombras, como cuando éramos niños y nuestros seres queridos nos llevaban de la mano. Pero pronto comienza el terreno pedregoso y se va dificultando el avance, si bien esos obstáculos nos fortalecen y preparan para nuevas aventuras, como entonces.
En un momento dado hay que elegir entre seguir caminando junto al agua, trepando entre rocas pero a la sombra, o comenzar el ascenso a pleno sol. Cuando uno se siente fresco y lleno de energía, como en su juventud, necesita esos desafíos para probarse a sí mismo de lo que es capaz. Pero, ya en lo alto, puede suceder que se sienta cansado de tanto luchar contra la fatiga y el calor, y considere que ha llegado el momento de comenzar el descenso.
A la bajada, de repente uno se da cuenta de cuán alto ha llegado y la mirada se extiende a lo lejos. Esa perspectiva más amplia y el alivio de los músculos en la cuesta abajo permite detenerse para hacer balance y disfrutar de los logros, pero hay que fijarse en el suelo, porque es fácil perder la concentración, tropezarse y dar con los huesos en tierra. ¿No me digáis que no os recuerda a la edad adulta?.
Entonces es el momento de penetrar en la espesura del hayedo, ese útero verde que invita al recogimiento, donde se puede descansar del sol y del esfuerzo del vivir, porque hasta las hojas secas abrazan suavemente los pies cansados y el aroma dulce a manzanas arrugadas alivia el corazón. Ese bosque viejo y sabio, que nos acoge sin preguntas, me hace pensar en la proximidad del tránsito final, que espero que sea igual de natural y sencillo.
Ningún tramo de la ruta carece de encanto y el senderista siempre puede elegir adónde dirige sus pasos en cada momento y dónde decide detenerse, porque se trata de disfrutar de cada instante. Lo mismo sucede con la vida humana, que presenta sus dificultades, pero siempre nos trae placeres y enseñanzas que merece la pena degustar con agradecimiento.