Cuento contigo
Manuel Cortés Blanco
Como vivimos en el primer piso, disponemos de esa terraza que da a un patio de vecinos. Allí es donde más hemos jugado durante este confinamiento. Y allí también, a través de sus ventanas, coincidíamos todos a las ocho de la tarde para aplaudir a tantos profesionales –sanitarios o no– que han combatido y siguen combatiendo contra ese maldito Coronavirus.
Aquel domingo alguien decidió que fuera el último; las ovaciones se apagaron. Sin embargo, desde algún balconcillo de allá arriba, unas palmas tenues continúan acudiendo cada día a esa cita. Es el aplauso sincero de cierto señor de edad avanzada, que sale, aplaude un minuto y se retira de nuevo a su aposento.
Ayer mi Sirenita quiso saludarle desde abajo, pero él no la vio. Según nos dijo su hija, apenas tiene recuerdos y no se entera de mucho. Además, desde que pasó esa COVID19 que le tuvo ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos, se ha quedado muy débil. El único exceso que desempeña a lo largo de su jornada es realizar ese gesto, para dar las gracias a aquel personal del Hospital que le salvó la vida.
Su yerno insiste en que nunca recuerda nada, si bien aún posee una memoria que –incluso las personas consideradas sanas– olvidamos fácilmente: la de la gratitud.