Ventanas al sol
Ana Cristina Pastrana
Desde muy pequeños se nos exige ser perfectos, hablar correctamente, comportarnos según las normas establecidas, ser educados. Se nos pide gustar a los demás, obviando lo que somos o deseamos. No importa ser auténtico o sincero, lo que importa es que los otros perciban una buena imagen de nosotros. Y a la gente le gustan los sumisos y obedientes, los que acatan las normas y responden a sus requerimientos, los que no piensan por sí mismos. Son más fáciles de manipular.
Elegimos las conductas que nos muestran o su réplica, dependiendo de nuestra fortaleza para ser lo que deseamos ser o para claudicar con lo que se nos impone. Es difícil ser uno mismo en una sociedad que promueve seres estandarizados y donde ser diferente se castiga con la soledad y la crítica, donde la verdad absoluta se ostenta desde la ignorancia.
Por esta razón estamos avocados, erróneamente, a elegir la perfección. Este hecho nos esclaviza a diario. Necesitamos gustar a los que nos rodean, al mundo entero, y cuando no lo conseguimos, nos sentimos fracasados. Solo existimos para el éxito y cuando otro lo consigue fácilmente, creemos que nos lo está robando. Sufrimos a diario por sentirnos incomprendidos, atacados, poco reconocidos, subestimados y disfrutamos con los pequeños fracasos de los que nos rodean porque calman nuestra angustia. Se nos enseñó que con la perfección llegaría la felicidad y la adoración ajena…y nos subimos al carro. Pero nadie nos dijo que esa guerra nos llevaría a la depresión, a la inseguridad, a una insatisfacción permanente.
Nadie nos dijo que vivir consiste en asumir la imperfección y que eso nos hace humanos. El reírnos de nosotros mismos y de lo que nos sucede nos hace libres de esas cargas. Y tampoco nos enseñaron que lo importante no es tener, ser considerado, hacer. Lo realmente importante es ser feliz. Y a veces, esta tiranía, nos impide vivir para los demás y no para ser lo que realmente somos, seres que están aquí de paso.