sábado, 20 de junio de 2020

sábado, 20 de junio de 2020

Cuando fuimos campeones

Cuento contigo
Manuel Cortés Blanco

Hubo días en los que el listado de bajas por Coronavirus parecía un parte de guerra. Diría que terrible si no fuera porque nos quedamos sin adjetivos. Patrullas militares en algunas calles aportaban veracidad a ese escenario.
Ante todo conflicto bélico ha de quedar muy claro quién es nuestro enemigo; en este caso el maldito Coronavirus, junto a ese cortejo suyo de mercenarios: los miedos, la irresponsabilidad... Y tener claro también quiénes son nuestros héroes. Para mí, cada profesional a los que aplaudimos, junto a esa retaguardia que –de manera consciente- supo quedarse en casa.
Sin embargo, he descubierto que para mi hijo el auténtico héroe soy yo. Y no por ese trabajo en esta epidemia, sino por aquel día en el que fuimos campeones.
Y es que nuestro Principito no llevó bien su confinamiento. Estuvo inquieto y a menudo manifestaba su deseo de salir. Entonces yo me sentaba a su lado, le abrazaba –pocos gestos desactivan tanto nuestro estado de alerta corporal– y repetíamos la misma historia:
— Falta apenas un minuto para acabar el partido. Es la final del campeonato escolar de balonmano, categoría infantil: Jerónimo Zurita contra Marianistas. Vamos empate, si bien atacan ellos y jugamos en inferioridad. Cinco contra seis. Yo estoy en el banquillo... ¡Menos de treinta segundos! Otra expulsión en defensa. Somos cuatro contra seis. Nuestro entrenador decide que salga... El equipo contrario mueve constantemente el balón para jugarse el encuentro –y la final– a un solo tiro... ¡Diez últimos segundos!... Y en ese preciso instante intercepto un pase al pivot, esquivo a dos atacantes, avanzo media cancha y en el momento que van a placarme, paso el balón a mi alero quien completamente solo marca el gol de la victoria... ¡El colegio Jerónimo Zurita se proclama campeón! Contra todo pronóstico, hemos ganado.
Diría que fue un día memorable si no fuese porque nos quedamos sin adjetivos.
Confieso que no recuerdo si exactamente sucedió así y que incluso en cada versión añado algún detalle. Pero lo importante es que mi hijo me prestaba su atención, se relajaba, sonreía, percibía los valores que quiero transmitirle –desde la fe en tus anhelos a la generosidad del juego en equipo con aquella última asistencia– y acababa prometiendo:
— Algún día, papá, yo también ganaré un partido así.
Aunque quizá no lo sepa, cada vez estamos más cerca de conseguirlo…