El rincón del optimista
Juan
Es uno de los fenómenos atmosféricos que más odiamos por aquello de la humedad que entraña, la falta de visibilidad para conducir o para disfrutar de los paisajes bellos y del frío que representa. La niebla.
Recuerdo una vez que viajamos un grupo de amigos a un pueblo castellano porque nos aseguraron que desde lo alto del castillo había una vista increíble. Pues había entrado la niebla y lo más que veíamos era a dos palmos de nuestras narices.
Siempre me llamaron la atención de este fenómeno climático dos cosas: ver cómo avanza esa masa de gotas de agua a ras de tierra cuando entra en las zonas libres de ella; y saber que a pocos metros de altura está el sol luciendo en todo su esplendor. De hecho, la niebla siempre entra cuando los hombres o las mujeres del tiempo colocan la A del anticiclón (Altas Presiones) sobre el mapa de España. Y para nosotros el anticiclón es sinónimo de buen tiempo, al igual que la B de borrasca lo es de mal tiempo.
Curiosamente cuando se va la niebla no se retrae por donde ha entrado, no vuelve sobre sus propios pasos, sino que se va disipando como por arte de magia dejando entreverse poco a poco el sol poderoso que acaba venciendo a la tela blanca que todo lo cubre.
La niebla es un símil perfecto de nuestras vidas. Cuántas veces nos empeñamos en no ver más allá de nuestras narices cuando lo bueno, cuando las soluciones, lo espléndido están a la vuelta de la esquina, como el mismo sol que necesitamos para seguir viviendo.
Por cierto, el día que yo nací había una niebla espesa, eso me han asegurado, un motivo más para tenerla poco aprecio, pues es como que no lo veo nada claro. Ahora, siempre que estoy en un lugar con niebla me acuerdo de que el sol está ahí encima riéndose a carcajadas, hasta que logra destruirla… cuando le parece bien.
Asín sea.