ISPE
Por circunstancias laborales, mantuve hace unos días una larga conversación en una comida con uno de los afectados de las riadas e inundaciones sufridas en uno de los pueblos cercanos a Madrid que, junto a las habidas en el Levante, tanto nos han conmovido.
Me refería el compañero el sentimiento de dolor por la perdida, entre otras muchas, del puente de su pueblo. Con gesto contrariado me contaba que por él se accedía por una parte a lugares tan lúdicos como las zonas de baño y esparcimiento, donde tantas veces había ido con sus hijos, había también una zona de pesca y era ademas, donde se encontraba la campa para la celebración de las fiestas que anualmente congregan a los vecinos, veraneantes y gente de la comarca, pero por otra parte me indicaba, que pasando el puente y tomando otra dirección hay una senda que lleva al cementerio.
Decía que ese puente era un lugar emblemático por su antigüedad, por su arquitectura, pero sobre todo porque pensaba en la cantidad de gente que lo habría atravesado y los sentimientos dispares que podrían llevar según el camino que luego tomaran, para unos ilusión y alegría; otros en cambio, marcados por la perdida y el dolor, pero con una característica común, siempre fueron sentimientos compartidos con la gente del lugar.
Viendo por la televisión las imágenes destructivas, reconozco que me ha impactado la fuerza con la que el agua se llevaba todo por delante, pero también me ha permitido descubrir la cara más humana de esta sociedad y he podido constatar que desde la ayuda, el acogimiento, el consuelo y la mano tendida, se han construido nuevos puentes en esos lugares.
Agradezco el ejemplo de solidaridad recibido, para mí un puente absolutamente indestructible.
Ahí lo dejo.