miércoles, 10 de noviembre de 2021

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Antiestrés

Vivir para contarlo
Ana Cristina López Viñuela

Esta mañana me tropecé con el anuncio de un juego para móvil “antiestrés”. Compruebo que ese adjetivo se aplica a masajes, meditaciones, pastillas, juguetes, comida… Y pienso que si tanto atrae a los consumidores será porque nuestra forma de vida nos lleva a estar frecuentemente estresados. De ahí el acierto de que el Teléfono de la Esperanza de León haya organizado un taller de gestión del estrés y la ansiedad. Cada una de las personas que nos hemos enrolado en ese taller venimos con un bagaje de vivencias y conocimientos, pero si su título y contenido nos atrajo, será porque algo nos resonó dentro y sentimos que lo necesitábamos.

Hay personas que, realmente, no disponen de recursos para reducir su nerviosismo, parar la “centrifugadora” mental y deshacer el nudo que se les forma en la boca del estómago, que les acaba conduciendo al cansancio y el desánimo. La buena noticia para ellos es que existen muchos medios fáciles y baratos para combatir esa sensación sin llegar a recurrir a los fármacos: desde practicar la respiración abdominal o la meditación, hasta técnicas sencillas para neutralizar los pensamientos limitantes.

Pero observo que la mayoría de las personas que ya llevamos tiempo conviviendo con esa situación y hemos alcanzado grados elevados de ansiedad, ya conocemos alguna de estas herramientas o todas ellas, porque quien no ha practicado ejercicios hipopresivos ha hecho yoga o mindfulness, se intenta desfogar con deporte o bailes, o incluso ha acudido a un terapeuta en busca de orientación. La clave es ponerse a ello. No se trata de “intentarlo”, sino de concretar el momento del día o de la semana en el que vamos a hacer esto o lo otro, y hacerlo. No hace falta  complicarse mucho o buscar la ocasión perfecta: se puede aprovechar un desplazamiento o un rato muerto para hacer varias respiraciones conscientes o centrarse en el momento presente.

Otro obstáculo para la mejora puede ser que nos resistimos a aplicar ciertos remedios que, por lo que sea, nos cuestan. Yo, por ejemplo, siento una terrible resistencia a despegarme del sofá cuando me siento fatigada física y psicológicamente, aunque sé con certeza que un paseo me ayudaría a encontrarme mejor. Otros, en cambio, sufren cuando se enfrentan a la soledad consigo mismos, y les resulta muy difícil quedarse quietos y en silencio sin que les atropellen sus pensamientos recurrentes. Y, sin embargo, suele suceder que aquello que nos cuesta es precisamente lo que más falta nos hace, aunque el temor a salir de la zona de confort nos lo presente como poco atractivo y hasta nos genere cierto tipo de ansiedad.

Pero compruebo que en cuanto nos ponemos manos a la obra y se empiezan a observar los beneficios del cambio, nos damos cuenta de que compensa. También motiva saber que si se crean nuevos patrones, la propia inercia te llevará a ir incorporando de forma natural y de manera imperceptible otros hábitos que refuerzan el que ya has adquirido.

Participar en un taller supone un compromiso con uno mismo y una oportunidad para darse cuenta de cuándo te estás rindiendo a la desidia o el autoengaño. Y además tiene la ventaja de que la fuerza del grupo y los logros de los compañeros te animan a retomar fuerzas y volver a reemprender con ilusión, una y otra vez, aquello que te lleva a vivir más sano y feliz, abandonando las dinámicas que han demostrado ser ineficaces o dañinas para ti. ¿Te animas?