Esta mañana me tropecé con el anuncio de un juego para móvil “antiestrés”. Compruebo que ese adjetivo se aplica a masajes, meditaciones, pastillas, juguetes, comida… Y pienso que si tanto atrae a los consumidores será porque nuestra forma de vida nos lleva a estar frecuentemente estresados. De ahí el acierto de que el Teléfono de la Esperanza de León haya organizado un taller de gestión del estrés y la ansiedad. Cada una de las personas que nos hemos enrolado en ese taller venimos con un bagaje de vivencias y conocimientos, pero si su título y contenido nos atrajo, será porque algo nos resonó dentro y sentimos que lo necesitábamos.
Hay personas que, realmente, no disponen de recursos para reducir su nerviosismo, parar la “centrifugadora” mental y deshacer el nudo que se les forma en la boca del estómago, que les acaba conduciendo al cansancio y el desánimo. La buena noticia para ellos es que existen muchos medios fáciles y baratos para combatir esa sensación sin llegar a recurrir a los fármacos: desde practicar la respiración abdominal o la meditación, hasta técnicas sencillas para neutralizar los pensamientos limitantes.
Pero observo que la mayoría de las personas que ya llevamos tiempo conviviendo con esa situación y hemos alcanzado grados elevados de ansiedad, ya conocemos alguna de estas herramientas o todas ellas, porque quien no ha practicado ejercicios hipopresivos ha hecho yoga o mindfulness, se intenta desfogar con deporte o bailes, o incluso ha acudido a un terapeuta en busca de orientación. La clave es ponerse a ello. No se trata de “intentarlo”, sino de concretar el momento del día o de la semana en el que vamos a hacer esto o lo otro, y hacerlo. No hace falta complicarse mucho o buscar la ocasión perfecta: se puede aprovechar un desplazamiento o un rato muerto para hacer varias respiraciones conscientes o centrarse en el momento presente.
Otro obstáculo para la mejora puede ser que nos resistimos a aplicar ciertos remedios que, por lo que sea, nos cuestan. Yo, por ejemplo, siento una terrible resistencia a despegarme del sofá cuando me siento fatigada física y psicológicamente, aunque sé con certeza que un paseo me ayudaría a encontrarme mejor. Otros, en cambio, sufren cuando se enfrentan a la soledad consigo mismos, y les resulta muy difícil quedarse quietos y en silencio sin que les atropellen sus pensamientos recurrentes. Y, sin embargo, suele suceder que aquello que nos cuesta es precisamente lo que más falta nos hace, aunque el temor a salir de la zona de confort nos lo presente como poco atractivo y hasta nos genere cierto tipo de ansiedad.
Pero compruebo que en cuanto nos ponemos manos a la obra y se empiezan a observar los beneficios del cambio, nos damos cuenta de que compensa. También motiva saber que si se crean nuevos patrones, la propia inercia te llevará a ir incorporando de forma natural y de manera imperceptible otros hábitos que refuerzan el que ya has adquirido.
Participar en un taller supone un compromiso con uno mismo y una oportunidad para darse cuenta de cuándo te estás rindiendo a la desidia o el autoengaño. Y además tiene la ventaja de que la fuerza del grupo y los logros de los compañeros te animan a retomar fuerzas y volver a reemprender con ilusión, una y otra vez, aquello que te lleva a vivir más sano y feliz, abandonando las dinámicas que han demostrado ser ineficaces o dañinas para ti. ¿Te animas?